viernes, marzo 16, 2007

7 Post coitum

Estoy en el aeropuerto de Barcelona, volviendo a casa, por fin (en este viaje aprendí que no se dice “aereopuerto”, que yo pensé era la forma correcta de decirlo, por el prefijo “aereo” que yo le ponía ya que uno vuela por el aire, sino “aeropuerto”).

Para terminar tengo que comentar algunas cosas que resultarán inconexas pero que no quiero dejar atrás sin palabras. Para establecer un criterio de orden –por la pura manía de hacerlo…es el problema de la mente categorizante resultado de un entrenamiento intenso en Grounded Theory ¿cierto Su?- iré de lo más particular a lo más general.

Londres.

Me encantó, no sé muy bien porqué, no sé bien como explicarlo. Conocí súper poco, obviamente, en un fin de semana, pero hay algo como la amplitud de esa ciudad que es encantador. Eso! Es una ciudad “amplia” con todas las connotaciones que eso puede tener. Entonces, a pesar de que su cielo es bastante oscuro y nuboso, hay mucha más luz de la que me imaginé.

Bélgica, un país pegado con moco.

Bélgica es un país pegado con moco. Es decir, cualquier día de estos se despega. Según me contó Nathaly, este es un país creado en 1850 (o sea, es más joven que Chile como nación) para reducir el conflicto entre Alemania y Francia. Un acuerdo (el Pacto de Viena si no me equivoco) entre las monarquías y poderes de la época trajo a un Príncipe Austro-Húngaro y lo puso a la cabeza de una nueva nación que reunía un territorio diverso y a dos pueblos, el flamenco (que son un subgrupo de los netherlands, o sea, de la gente de los países bajos como holanda) y el wallon (que es un subgrupo de los galos o franceses), para reducir la frontera y la tensión entre alemanes y franceses (a ver si dejaban de pelear y parece que dejaron). Desde entonces la nación es una monarquía constitucional, es decir, tiene parlamento elegido democráticamente. Wallones y Flamencos son de dos raigambres distintas, los primeros más latinos y los segundos germanos, y hablan idiomas muuuy diferentes. Bruselas está en la región flamenca (en Flandes) pero es un territorio totalmente bilingüe. Administrativamente, hay varios “sistemas” superpuestos, primero un gobierno central al estilo de los estados federados (o sea, maneja la política exterior, la macroeconomía, la justicia, cuestiones de estado, etc.), el territorial que los divide en dos en temas administrativos un poco menos globales, y las “comunidades” -wallona y flamenca- que domina cuestiones culturales, educacionales, etc. Los flamencos, según Nath, han logrado hacer casi coincidir su administración de la “comunidad” con su administración territorial, los wallones, no. Unas veces estos dos pueblos se llevan mejor que otras, pero la distinción está permanentemente presente: “este es un típico bar flamenco”, “este es un centro cultural wallon”, “este es un canal de tv belga- netherlandés”, etc. Lo que los une aparentemente es la identificación con la familia Real. Sin su rey parece que el moco que los mantiene unidos se disolvería como con agua. Y no es invento mío, hace un par de años atrás, en un canal de la televisión nacional belga, dieron un programa bien largo en el formato de las noticias “extra”, en el que simularon que los flamencos habían declarado la independencia de su nación y desarrollaban las consecuencias político-económicas. Fue como ese programa mítico en EEUU de los extraterrestres, en que cundió el pánico y todo el mundo creyó que era verdad. Acá en un par de horas toda la gente se había llamado por teléfono y el cuento se inflamó rápidamente. Como habrá sido que Natalie se enteró, mientras estaba sucediendo, desde Chile.

La conservación de las lenguas de origen

En España tanto como en Bélgica, y hasta donde pude apreciar, en Londres, los millones de inmigrantes conservan sus lenguas de origen. Uno camina por la calle y va del chino al árabe, del hebreo al indio, del netherland al español. Y creo que es una realidad inquietante. Desde un punto de vista es bonito que se conserve la cultura de un pueblo que inmigra, pero desde otro punto de vista, la ciudad empieza a parecerse a un patchwork, una colección de diferentes ghettos sin relación entre sí, sin integración. EEUU y Europa están preocupados de algunos de estos fenómenos (la última revista TIME habla de eso) ya que lo asocian, evidentemente, a la generación de un caldo de cultivo para los conflictos interraciales, de fe, la acción terrorista, etc.

A mí lo que más me tocó, lejos, fue escuchar árabe o turco y después, chino, en España y esos idiomas indescifrables de Europa oriental (Rumano, Húngaro, Checo, Estonio, etc), en Bélgica.

Los horarios para comer

Antes pensaba que la gente se dividía entre los que comen la humita con azúcar y aquellos a los que les gusta salada y con tomate. Hoy sé que hay otro criterio para distinguir a la gente: si come en el horario “abuelito” o en el horario “boludo”. El horario abuelito es el horario belga, inglés, y de otros países del norte seguramente, en el que almuerzan a las 12, a más tardar a la 1 y comen a las 6:30, máximo a las 8 pm. Como pueden imaginar el horario “boludo” es el nuestro, el argentino, el español…en que todo es más tarde. Harto más tarde. En España [me entra la duda si ya conté esto… estoy como las abuelitas, repitiendo…] se desayuna, se almuerza como a las 11:00 (que es una tentempié para aguatar hasta el almuerzo), se come tipo 2:30, algunos comen una merienda a media tarde y luego se cena tarde, después de las 8:30.

Por otro lado, la relación de los europeos con el alcohol es mucho más sana que la nuestra: pueden beberse una cerveza a las 11:00 de la mañana y volver a trabajar y es de lo más normal, no como en Chile que ni cagando uno se toma una chela o una copa de vino al almuerzo, a menos que esté en un almuerzo “de negocios”, usando los “gastos reservados”. Y al final de la tarde, sobretodo los españoles, pasan a tomarse una cañita antes de irse pa’la casa.

Las líneas en el cielo.

No sé por qué en Europa los aviones dejan líneas blancas, como de espuma, en el cielo. Y como el cielo es de un celeste prístino y transparente, se ve precioso, como un mar lleno de estelas en todas direcciones. Y uno entiende que por aquí ¡pucha que pasa gente!

El hogar

Volver me puso a pensar en el hogar. ¿Dónde está el hogar? Yo creo que donde uno es reconocido. Reconocido, no como en el aplauso del público, no como en el premio de mejor compañera, no como en ganarse una beca. Reconocido como cuando los seres humanos se miran y se reconocen verdaderamente uno en el otro, como parte de lo mismo. En alguna parte leí sobre esto. Voy a buscarlo. Leí algo sobre un pueblo africano y las voces de sus miembros. Yo creo que es algo parecido, uno tiene una voz que tiene un lugar justo en el coro de voces de la tribu de uno. Y por eso, si canta es reconocido. Porque el resto de las notas vibran con uno, como un arpegio.

Hasta este punto alcancé a escribir en el aeropuerto, desde aquí en adelante tuve que terminar 15 días después de volver…

El ángel de la guarda

Una cosa muy especial me pasó en este viaje. Sentí que tenía un ángel protector todo el tiempo. No sé si será la Yaya, otros maestros o simplemente mi buena estrella de siempre, pero lo sentí fuerte y “palpable”.

Un día muy al principio de la travesía fui a un cajero automático a sacar plata por primera vez. Hice varios intentos y no me resultó, parece que por un problema en la cantidad. Me asusté un poco pensando que era una gran cagada si no lo lograba porque no tenía ni un peso, ni un euro, en rigor. Traté en otro cajero de esos que están metidos en la pared de un edificio en plena calle. Le pedí 140 EU y me aceptó, pero la secuencia de acciones de los cajeros allá es diferente y me escupió la tarjeta antes de darme la plata. “Mierda!” pensé “y ahora quién me va a creer que la plata no salió? ¿a quién le voy a alegar?” y estaba enredada guardando la tarjeta cuando la máquina arrojó los billetes. Sentí un ruido como de hojas volar y, como seguía enredada, me demoré unos segundos en recoger mi dinero. Lo estaba guardando y me di cuenta de que me faltaban 50 EU. “Pucha, esta máquina me cagó” pensé y en eso estaba cuando me doy vuelta, muchos segundos después y varios metros más allá estaba mi billete en el suelo. ¡Se había volado! Y pasaba gente caminando y todo, pero nadie lo cogió. Mi ángel lo cuidó por mí.

Otra vez, iba camino a Paris. Como yo soy bien ordenada siempre salgo con tiempo y llegué a la estación media hora antes de la salida del bus. Sin embargo, no hago más que enfrentar la garita cuando me acuerdo que dejé mi pasaporte en la casa. Pregunté qué alternativas tenía (si podía tomar un bus más tarde o algo así) y no había ninguna salvo correr a buscarlo. Uno de los que atendía me dijo que el bus venía con 15 minutos de retraso, ¡15 minutos a mi favor! Les dejé todas mis cosas a los tipos de la estación y partí, esperanzada pero sabiendo que la misión era imposible ya que el tranvía entre la Gare Du Nord y mi casa era el más lento del mundo, demoraba mínimo 20 minutos y pasaba cada 20 minutos. Me encomendé todo el rato, pero la realidad material se imponía: cuando el tram se dignó pasar, el chofer manejaba a 20 km por hora. El viaje era leeeento, lento, pero mi actitud era muy extraña: como llena de seguridad, pero al mismo tiempo de des-aprehensión, o desprendimiento. Algo así como tener esperanza de lograrlo y simultáneamente saber que si no lo hacía no iba a sufrir por el hecho de perder la plata del pasaje y gastarme una fortuna en comprar otro pasaje porque igual iba a llegar a ver a la Fran y a Ignacio. Con lo lento del trayecto, así y todo llegué de vuelta a la estación a las 13:17, todo un récord pero insuficiente. La hora original del bus era a las 13:00 y ni con los 15 minutos de gracia había logrado llegar, pero igual corrí con todas mis energías y cuando llegué al mesón y dije “¿se fue, cierto?” los encargados me contestaron felices “No, este de aquí es el chofer”. Y partí a Paris, muerta de risa y dándole gracias con todo mi corazón a mi angelito, porque era demasiada suerte para ser sólo suerte, ¿cierto?

El poder de sonreír

Luego de la experiencia del poder protector de un ángel de la guarda, me pasó que se me hizo evidente el poder de una actitud sonriente.

En el viaje de vuelta, tenía que estar en el aeropuerto a eso de las 11:00, porque el vuelo era como a las 13:00. Marie Claire me pasó a buscar y me llevó no sin antes advertirme que era imposible 2 cosas: hacer el trámite de tax free y pasar con la cantidad de kilos extra que llevaba sin pagar.

Yo estaba tan, pero taaaan feliz de volver que solo podía sonreir. Llegué al aeropuerto y pasé primero a la oficina de tax free. Había cola así que pensé que mejor me aseguraba con las maletas pasando temprano por Iberia a hacer el check in. Me presenté en el mostrador donde no había nadie y siempre sonriendo, y yo creo que exudando felicidad y relajo, pasé mi maleta. Pesaba 22 kilos. El límite permitido eran 20 kilos y 10 más en el bolso de mano. La chica Iberia ni se inmutó y además me preguntó “¿no quieres checkear nada más?”, “¿Puedo?” le dije, “claro” y le pasé mi mochila que pesó otros 12 kilos. Cero problema, mi simpatía con la gente (era realmente amable y no porque me lo propusiera sino porque era mi estado de ánimo no más) era más poderosa que las normas. Además de lo anterior yo llevaba en las manos, mi “cartera”, un bolso enorme lleno de cosas, un abrigo (además del que llevaba puesto) y mi computador, puras cosas bien pesadas.

Los bolsos se iban yendo cuando se me ocurre preguntarle si puedo llevármelos para hacer el trámite de tax free. “Claro” me dijo y partí con todo a la oficina. Marie Claire seguí diciendo que era imposible, que ella lo había intentado recién con su sobrino y además no entendía lo que yo había hecho, el orden en que había hecho los trámites.

Otra vez había cola y antes de mí, había una familia de judíos que a juzgar por lo que demoraron, parecían haberse comprado Bélgica entera. Esa familia estuvo más de media hora a puertas cerradas en la oficina (el trámite era engorroso porque hay que mostrar todo, absolutamente todo lo que uno compró para exigir la devolución de los impuestos). Entremedio salió el encargado, un flamenco gordo, pelado y rosado que no sonreía ni aunque le pagaran, con una cara de furia digna de agente aduanero. La gente empezó a impacientarse y a ponerse de mal humor, pero yo solo me reía y hacía chistes. 40 minutos después (después incluso de que la familia tuvo que llamar a otro judío que llevaba más maletas enormes a pasarse toda la cola, lo que enfureció a los que esperaban) me tocó el turno. Yo entré sonriendo como siempre, con el espíritu como de espuma y conmigo entró un negro que estaba desesperado. A él no le fue muy bien, no le querían dar sus euros pero a mí, me costó no más de 5 minutos conseguir el papelito que decía que me devolverían los 18 euros que me correspondían. El gordo y yo hasta intercambiamos varias tallas (¡en inglés!), en las que, claro, él no sonreía, pero en el fondo se reía yo creo. Yo estaba abriendo las maletas para mostrarle “mi mercancía” e iba recién en la mitad (mostrando lo que venía en la mochila) cuando me preguntó “¿está todo ahí?” “Sí, claro” le dije y me miró y me dijo algo así como “mmh, seguro…”, pero inmediatamente me dejó pasar y me dio el voucher. Marie Claire no podía creerlo.

Después solo me quedó volver a Iberia y volver a pasarles mis maletas sin mediar ningún trámite.

En Barcelona, como tenía una ventana de 6 horas me fui al centro y compré como 20 libros. O sea, que me subí al avión con otros 10 kilos de peso extra. Pero nadie me dijo nada. Yo seguía sonriendo.

Es raro. La fuente de ese “poder” es una actitud simple y compleja a la vez. Es desprendida, como asumiendo que lo que sea que pase va a pasar igual, y está bien que pase, algo así como “lo que será, será”, que si te toca pagar, que si te toca dar un traspié es lo justo, que no hay drama, pero sin embargo, es una actitud de total fe, de confianza y seguridad en que todo va a salir bien, que la realidad puede abrirse para que tú pases sin problemas. Que se puede surfear por la realidad siempre y cuando trates a los demás seres humanos con respeto, con calidez, con ternura, con acogimiento, con alegría.

Una existencia inconmensurable

Por último, sólo me queda contarles una experiencia muy puntual y muy impresionante. Estaba volviendo de visitar Camden, el barrio punk de Londres, cuando, bajando la escalera del metro, vi un hombre cambiándose una polera. No pude evitar mirarlo, con pudor como se mira a los minusválidos, con vergüenza precisamente por mirar. Era un hombre totalmente quemado. Todo el torso, todo el cráneo, los brazos, la cara. No tenía casi manos, solo unos muñones. Prácticamente, no tenía facciones o rasgos: casi no tenía nariz y sus ojos no eran más que unas aberturas en el paño de cicatrices que era su piel. Se me salió un puchero, como un hipo. Y cuando entré al vagón de metro se me salió el llanto entero.

La existencia física de ese hombre desarmó toda mi capacidad de comprensión. Estaba simplemente fuera de mi alcance. ¿Cómo es capaz de vivir? ¿Por qué no se suicida? Es imposible traducir su vida a la mía, a las vidas de los que conozco, es imposible pegarse el salto desde su experiencia de vivir a la de cualquier otro con el que he conversado. Por ejemplo, imagino que es ridículo pensar que ese hombre sufra por la mirada de los otros, por la dificultad del contacto, por la discriminación o el rechazo. Si lo hiciera, de un modo vivido y no ideológico, no tendría ningún sentido su existencia -quiero decir- su perseverancia en la vida. ¿Qué puede hacerlo sufrir, entonces? No tengo ni la más mínima clave….su vida es inconmensurable…al menos para mí.

Y no sé qué me hace sentir…

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